martes, 8 de junio de 2010

Meditation #17 By John Donne From Devotions upon Emergent Occasions (1623), XVII:

Meditation #17 By John Donne From Devotions upon Emergent Occasions (1623), XVII:


Nunc Lento Sonitu Dicunt, Morieris (Now this bell, tolling softly for another, says to me, Thou must die.)


Perchance, he for whom this bell tolls may be so ill, as that he knows not it tolls for him; and perchance I may think myself so much better than I am, as that they who are about me, and see my state, may have caused it to toll for me, and I know not that. The church is Catholic, universal, so are all her actions; all that she does belongs to all. When she baptizes a child, that action concerns me; for that child is thereby connected to that body which is my head too, and ingrafted into that body whereof I am a member. And when she buries a man, that action concerns me: all mankind is of one author, and is one volume; when one man dies, one chapter is not torn out of the book, but translated into a better language; and every chapter must be so translated; God employs several translators; some pieces are translated by age, some by sickness, some by war, some by justice; but God's hand is in every translation, and his hand shall bind up all our scattered leaves again for that library where every book shall lie open to one another. As therefore the bell that rings to a sermon calls not upon the preacher only, but upon the congregation to come, so this bell calls us all; but how much more me, who am brought so near the door by this sickness.

There was a contention as far as a suit (in which both piety and dignity, religion and estimation, were mingled), which of the religious orders should ring to prayers first in the morning; and it was determined, that they should ring first that rose earliest. If we understand aright the dignity of this bell that tolls for our evening prayer, we would be glad to make it ours by rising early, in that application, that it might be ours as well as his, whose indeed it is.

The bell doth toll for him that thinks it doth; and though it intermit again, yet from that minute that this occasion wrought upon him, he is united to God. Who casts not up his eye to the sun when it rises? but who takes off his eye from a comet when that breaks out? Who bends not his ear to any bell which upon any occasion rings? but who can remove it from that bell which is passing a piece of himself out of this world?

No man is an island, entire of itself; every man is a piece of the continent, a part of the main. If a clod be washed away by the sea, Europe is the less, as well as if a promontory were, as well as if a manor of thy friend's or of thine own were: any man's death diminishes me, because I am involved in mankind, and therefore never send to know for whom the bell tolls; it tolls for thee.

Neither can we call this a begging of misery, or a borrowing of misery, as though we were not miserable enough of ourselves, but must fetch in more from the next house, in taking upon us the misery of our neighbours. Truly it were an excusable covetousness if we did, for affliction is a treasure, and scarce any man hath enough of it. No man hath affliction enough that is not matured and ripened by it, and made fit for God by that affliction. If a man carry treasure in bullion, or in a wedge of gold, and have none coined into current money, his treasure will not defray him as he travels. Tribulation is treasure in the nature of it, but it is not current money in the use of it, except we get nearer and nearer our home, heaven, by it. Another man may be sick too, and sick to death, and this affliction may lie in his bowels, as gold in a mine, and be of no use to him; but this bell, that tells me of his affliction, digs out and applies that gold to me: if by this consideration of another's danger I take mine own into contemplation, and so secure myself, by making my recourse to my God, who is our only security.



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Devoción XVII de John Donne



XVII. Con su lento sonido dicen; morirás
NUNC LENTO SONITU DICUNT, MORIERIS

Quizás aquél por quien dobla esta campana esté tan enfermo que no sepa que toca por él; quizá yo mismo creo estar mucho mejor de lo que estoy, pero los que me rodean y ven mi estado pueden haberla hecho doblar por mí sin que yo lo sepa.
La iglesia es católica, universal, y así son todos sus actos; todo lo que ella hace, pertenece a todos. Cuando bautiza a un niño, este acto me concierne, pues tal niño está ahora unido a esa Cabeza, que también es mi cabeza, e injertado en ese Cuerpo de que soy un miembro. Y cuando entierran a un hombre, este acto me concierne. Toda la humanidad pertenece a un solo autor y es un solo Libro; cuando un hombre muere, no se arranca un capítulo del libro, sino que es traducido a un idioma mejor; y cada capítulo debe ser traducido de este modo. Dios emplea muchos traductores; algunas partes son traducidas por la edad, otras por la enfermedad, otras por la guerra, otras por la justicia. Pero las manos de Dios están en cada versión; y su mano encuadernará nuevamente todas nuestras hojas dispersas, para aquella Biblioteca donde cada libro yacerá abierto junto a otro.
Así como la campana que dobla para el sermón, no llama únicamente al predicador, sino a todos los feligreses para que acudan, también esta campana nos llama a todos; y cuánto más a mi, que me acercan a la puerta a causa de mi enfermedad. Hubo una vez una disputa y hasta una demanda –– en la que se mezclaron piedad y dignidad, religión y estima ––, sobre cual de las órdenes religiosas debería tañer antes para las oraciones de la mañana; y se decidió que primero tañerían las que madrugaran más. Si entendemos atinadamente la solemnidad de esta campana que llama a la oración matutina, nos sentiremos satisfechos de haberla hecho nuestra levantándonos temprano, con la solicitud de que sea tan nuestra como de aquél por quien realmente dobla.
La campana debe redoblar por aquél que piensa en el sonido; y que aunque se interrumpa de nuevo, sin embargo, gracias a ese minuto en el que sonó para él, se une a Dios. ¿Quién no dirige la mirada al Sol cuando éste se alza? ¿Quién aparta sus ojos de un cometa cuando éste aparece? ¿Quién no presta oídos a cualquier campana, sea cual sea la circunstancia en que ésta suena? ¿Y quién puede evadirse de esta campana que lleva a una parte de sí mismo lejos de este mundo?
Ningún hombre es una isla completa en si misma; todo hombre es un trozo de continente, una parte del todo; si un terrón fuese arrastrado por el mar –– y Europa es el más pequeño ––, ocurriría lo mismo que si fuese un promontorio, que si fuese una finca de tus amigos o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me empequeñece, pues estoy en la maraña de la humanidad. En consecuencia, no envíes a preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti.



No podemos decir que esto sea una súplica menesterosa o un préstamo de desgracia, como si no fuéramos lo bastante desgraciados por nosotros mismos, y debiéramos ir a buscar más a la casa de al lado, haciéndonos cargo de la desdicha de nuestros vecinos. Sería ciertamente una disculpable codicia si lo hiciéramos, porque la aflicción es un tesoro y apenas si el hombre tiene suficiente. Ningún hombre tiene bastante aflicción sin estar maduro y en su punto, y está hecho para Dios por esa aflicción. Si alguien lleva consigo un tesoro en grandes piezas o en lingotes de oro, y nada tiene acuñado en moneda corriente, no gastará su tesoro mientras viaja. La tribulación es un tesoro en su misma naturaleza, pero no es moneda corriente para ser usada, excepto en que nos ayuda a acercarnos más y más a nuestro hogar, el cielo.
Otro hombre puede también estar enfermo ––enfermo de muerte ––, y su dolor puede yacer en sus entrañas como el oro en una mina, pero no servirle de nada. Pero esta campana, que me habla de su sufrimiento extrae ese oro y me lo dedica. Pues, al considerar el peligro en los demás contemplo el mío propio, y me doy protección a mi mismo, recurriendo a mi Dios, nuestra única protección.

Traducción de Andrea Rubín
Paradojas y devociones de John Donne
cuatro, ediciones, 1997

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