Elegía para mi muerte
I
Ya, Muerte, estás en mí.
Ya tu hielo me ha entrado al corazón
y tu plomo a mis pasos.
¿Adónde iré, si todos los caminos
llevan a tu horizonte?
Hoy sentí de repente
Mi cabeza apoyada en una tabla.
Anticipada tierra me subía a la boca.
Mi cuerpo era atraído hacia el hambre del suelo.
… Sí, moriré; despacio,
desnudo de lo que hoy hace mi vida,
quedándome, en la lucha con la muerte,
sólo con lo que es mío.
Y sentiré tu piedra
congelando mi carne poco a poco.
Y sentiré tu mano atándome pausada.
… Y de repente, ¡oh muerte!, al otro lado.
Dejaré aquí mi cuerpo como un caballo herido.
Sí, me aterra dejarlo, aunque vaya a volver.
Tengo miedo a la muerte de las cosas,
a ese abismo ignorado en que al fin todas caen.
¡Tantos vientos mordiéndolo,
y, para disolverlo, tantas lluvias!
Mis pies, hoy tan lejanos, sin la postrera amarra
serán como dos piedras
arrojadas a un pozo de vacío.
Y se erguirán mis miembros, toscos, vanos,
como torres al aire.
Humores desbridados sin la ley de la vida
galoparán mi cuerpo corroyéndolo.
II
Se quedarán mis cosas sin mí desconcertadas.
Seguirá mi tristeza paseando
por rincones de sombra.
En mi amada ventana del sillón y la mesa
seguirán los ocasos cayendo como siempre,
y el chopo del jardín, crecido ante mis ojos,
morirá y volverá como cuando yo estaba.
En penumbra, mis versos hablarán en voz baja.
Se secarán mis libros poco a poco,
oliendo a fruta vieja.
Diminutas reliquias de mi vida
-una flor en un libro, un verso en alguien-
seguirán, como piedras disparadas,
conservando mi fuerza en este mundo
cuando yo me haya ido.
… Y os quedareis vosotras, muchachas, pero un día
os marchareis también
y en el mar de la muerte se hallarán nuestras olas.
Morirán vuestros labios, vuestra piel, vuestra carne.
Pero siempre habréis sido.
Ser una sola vez, ¿no es ya bastante?
Mientras dure el espacio guardará vuestros huecos,
mientras quede una brisa llevará vuestro aroma.
… Pues habéis sido un día, seréis siempre.
III
¡Señor, Señor, la muerte!
Se me cuaja la boca al pronunciarla,
se me amarga la lengua, se me nublan los ojos…
Nadie la puede ver de frente, por fortuna,
Cuando llega a buscarnos.
Es lo mismo que el sueño.
La muerte es superior a nuestras fuerzas.
¡Si no estuvieras Tú!...
¡Si Tú no nos cruzases el abismo en tus brazos…!
¡Pero es inútil todo; tengo miedo!
¡Tengo el miedo del perro junto al hombre,
porque nunca le entiende!
Miedo de no saber,
miedo al país de donde nadie ha vuelto…
¡Tengo miedo a ese pozo de vacío,
a esa noche sin fondo, aunque esté Dios atrás!
Con el instinto oscuro
del animal, del árbol, de la piedra,
tengo miedo a la muerte…
Oh Señor, anestésiame la muerte
como a tantos les haces con la vida.
… ¡Oh, ser sólo una vez, y sin remedio!
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