miércoles, 25 de agosto de 2010

Dos de Ángel González

En ti me quedo

De vuelta de una gloria inexistente,
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la calle
donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente hijo de viuda
sexagenaria y pobre
expulsado de la academia vespertina en la que era
becario.
Estoy aquí,
donde yo siempre estuve,
donde apenas hay sitio para mantenerse erguido.
La soledad es un farol certeramente apedreado:
sobre ella me apoyo.

La esperanza es el quicio de una puerta
de la casa que fue desarraigada
de sus cimientos por los huracanes:
quicio-resquicio por donde entro y salgo
cuando paso del nunca (me quisiste) al todavía (te odio),
del tampoco ( me escuchas) al también ( yo me callo),
del todo ( me hace daño) al nada ( me lastima).

No importa, sin embargo.

Los aviones de propulsión a chorro salvan rápidamente
la distancia que separa Tokio de Copenhague,
pero con más rapidez todavía
me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros
de mi mismo,
deprisa
muy deprisa,
en un abrir y cerrar de ojos,
en sólo una diezmilésima de segundo,
lo cual supone una velocidad media de setenta
kilometros a la hora,
que me permite,
si mis cálculos son correctos,
estar en este instante aquí,
después mucho más lejos,
mañana en un lugar sito a casi mil millas,
dentro de una semana en cualquier parte
de la esfera terrestre,
por alejada que os parezca ahora

Inventario de lugares propicios al amor




Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos
el invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al Norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañemonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas , además, proscriben
la caricia (con excepciones
para determinadas zonas epidérmicas
-sin interés alguno-
en niños, perros y otros animales)
y el «no tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿Adonde huir entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.

domingo, 22 de agosto de 2010

En la Ciudad sin Límites (Carta Final)



El nombre no se ha borrado, tu cara sí. Se mezcla con otras caras, deformándose. No sé si todo es parte de la tortura, ya no distingo. No sé si él te dará esta carta, no sé si es amigo o miente. Hubiera querido abrazarte, pero me muero. Queda poco tiempo.

He visto el tren, nos he visto dentro muchas veces esperándote, y tú sin saberlo. Otras veces lo sabías, y huías a tiempo. O lo han inventado para que les diga dónde estás. Tengo que evitar que subas a ese tren, porque te va a llevar a la muerte. Otras veces estás ya muerto, como yo. Otras me hablas y sonríes y dices cosas que nunca habías dicho, y que me quieres. Yo hubiera querido quererte, pero no pude.

A veces sueño que seguimos allí y que el tiempo es nuestro. Y que tu boca recorre mi cuerpo desnudo y entonces mis hijos nos ven abrazados, desnudos. Pero ya no son mis hijos. Son los hijos de ella. No los conozco. No conozco a nadie.

¿Recuerdas? La libertad viaja contigo en ese tren. Si te encuentran, te matarán. Y la ciudad seguirá creciendo sin salidas para nadie. Sólo tú puedes enseñarles a mis hijos a andar ese camino.

Hazlo y así sabré que me has perdonado.

Max

sábado, 21 de agosto de 2010

Dos de Luis Alberto de Cuenca

Vive la vida



A Chus García Sánchez


Vive la vida. Vívela en la calle
y en el silencio de tu biblioteca.
Vívela en los demás, que son las únicas
pistas que tienes para conocerte.
Vive la vida en esos barrios pobres
hechos para la droga o el desahucio
y en los grises palacios de los ricos.
Vive la vida con sus alegrías
incomprensibles, con sus decepciones
(casi siempre excesivas), con su vértigo.
Vívela en madrugadas infelices
o en mañanas gloriosas, a caballo
por ciudades en ruinas o por selvas
contaminadas o por paraísos,
sin mirar hacia atrás.
Vive la vida.

Vamos a ser felices


Vamos a ser felices un rato, vida mía,
aunque no haya motivos para serlo, y el mundo
sea un globo de gas letal, y nuestra historia
una cutre película de brujas y vampiros.
Felices porque sí, para que luego graben
en nuestra sepultura la siguiente leyenda:
"Aquí yacen los huesos de una mujer y un hombre
que, no se sabe cómo, lograron ser felices
diez minutos seguidos."

Luis Alberto de Cuenca, Por fuertes y fronteras (1996)

viernes, 20 de agosto de 2010

LOS DEDOS DE LOS PIES (Raymond Carver)

Este pie no me da más
que problemas.El empeine,
el arco, el tobillo -digo
que me duele al andar-. Pero
principalmente son estos dedos
lo que me preocupa.Esos
"dedos terminales" como
de otro modo se llaman. ¡Qué verdad!
Paea ellos no hay más placer
que ir directos
a un baño caliente, o
a un calcetín de cachemira. Calcetines de cachemira,
sin calcetines, pantuflas, zapatos, tiritas
-todo es uno y lo mismo
para estos dedos entumecidos.
Incluso parecen zumbados
y deprimidos, como si
alguien les hubiera atiborrado
de Torazine. Ahí están hinchados,
aturdidos y mudos -aburridos, sin vida.
¿Qué demonios va a pasar?
¿Qué clase de dedos son éstos
a los que ya no les importa nada?
¿Son de verdad mis
dedos? ¿Han olvidado
los viejos tiempos, cómo era cuando
estaban vivos? Siempre en fila,
primeros en la pista de baile
cuando empezaba la música.
Los primeros en echar a correr.
Míralos. No, no quiero.
No quieres verlos,
son unas babosas. Sólo con dolor
y dificultad pueden recordar
otros tiempos, los buenos tiempos.
Quizá lo que de verdad quieren
es cortar toda relación
con los viejos tiempos, empezar de nuevo,
vivir en la clandestinidad, vivir solos
en una mansión retirada
del valle de Yakima.
Pero hubo un tiempo
en que se estiraban
de gusto
simplemente
se encogían por placer
a la menor provocación,
la cosa más pequeña.
La sensación de un vestido de seda
en los dedos de las manos, digamos.
Una voz apropiada, un toque
en la nuca, incluso
una mirada al pasar. ¡Cualquiera de estas cosas!
El sonido de garras
que se abren, corsés que
se sueltan, ropa que cae
en el frío suelo de madera.

Trad. de Mariano Antolín Rato, en "Un sendero nuevo a la Cascada"
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The Toes


This foot's giving me nothing
but trouble. The ball,
the arch, the ankle--I'm saying
it hurts to walk. But
mainly it's these toes
I worry about. Those
"terminal digits" as they're
otherwise called. How true!
For them no more delight
in going headfirst
into a hot bath, or
a cashmere sock Cashmere socks,
no socks, slippers, shoes, Ace
bandage--it's all one and the same
to these dumb toes.
They even looked zonked out
and depressed, as if
somebody'd pumped them full
of Thorazine. They hunch there
stunned and mute--drab, lifeless
things. What in hell is going on?
What kind of toes are these
that nothing matters any longer?
Are these really my
toes? Have they forgotten
the old days, what it was like
being alive then? Always first
on line, first onto the dance floor
when the music started.
First to kick up their heels.
Look at them. No, don't.
You don't want to see them,
those slugs. It's only with pain
and difficulty they can recall
the other times, the good times.
Maybe what they really want
is to sever all connection
with the old life, start over,
go underground, live alone
in a retirement manor
somewhere in the Yakima Valley.
But there was a time
they used to strain
with anticipation
simply
curl with pleasure
at the least provocation,
the smallest thing.
The feel of a silk dress
against the fingers, say.
A becoming voice, a touch
behind the neck, even
a passing glance. Any of it!
The sound of hooks being
unfastened, stays coming
undone, garments letting go
onto a cool, hardwood floor.


--Raymond Carver

(published in A NEW PATH TO THE WATERFALL)

miércoles, 18 de agosto de 2010

VIDA (José Hierro)

A Paula Romero

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

lunes, 16 de agosto de 2010

ELEGÍA PARA MI MUERTE (José María Valverde)

Elegía para mi muerte
I

Ya, Muerte, estás en mí.
Ya tu hielo me ha entrado al corazón
y tu plomo a mis pasos.
¿Adónde iré, si todos los caminos
llevan a tu horizonte?

Hoy sentí de repente
Mi cabeza apoyada en una tabla.
Anticipada tierra me subía a la boca.
Mi cuerpo era atraído hacia el hambre del suelo.
… Sí, moriré; despacio,
desnudo de lo que hoy hace mi vida,
quedándome, en la lucha con la muerte,
sólo con lo que es mío.
Y sentiré tu piedra
congelando mi carne poco a poco.
Y sentiré tu mano atándome pausada.
… Y de repente, ¡oh muerte!, al otro lado.
Dejaré aquí mi cuerpo como un caballo herido.
Sí, me aterra dejarlo, aunque vaya a volver.
Tengo miedo a la muerte de las cosas,
a ese abismo ignorado en que al fin todas caen.
¡Tantos vientos mordiéndolo,
y, para disolverlo, tantas lluvias!
Mis pies, hoy tan lejanos, sin la postrera amarra
serán como dos piedras
arrojadas a un pozo de vacío.
Y se erguirán mis miembros, toscos, vanos,
como torres al aire.
Humores desbridados sin la ley de la vida
galoparán mi cuerpo corroyéndolo.


II

Se quedarán mis cosas sin mí desconcertadas.
Seguirá mi tristeza paseando
por rincones de sombra.
En mi amada ventana del sillón y la mesa
seguirán los ocasos cayendo como siempre,
y el chopo del jardín, crecido ante mis ojos,
morirá y volverá como cuando yo estaba.
En penumbra, mis versos hablarán en voz baja.
Se secarán mis libros poco a poco,
oliendo a fruta vieja.
Diminutas reliquias de mi vida
-una flor en un libro, un verso en alguien-
seguirán, como piedras disparadas,
conservando mi fuerza en este mundo
cuando yo me haya ido.
… Y os quedareis vosotras, muchachas, pero un día
os marchareis también
y en el mar de la muerte se hallarán nuestras olas.
Morirán vuestros labios, vuestra piel, vuestra carne.
Pero siempre habréis sido.
Ser una sola vez, ¿no es ya bastante?
Mientras dure el espacio guardará vuestros huecos,
mientras quede una brisa llevará vuestro aroma.
… Pues habéis sido un día, seréis siempre.


III

¡Señor, Señor, la muerte!
Se me cuaja la boca al pronunciarla,
se me amarga la lengua, se me nublan los ojos…
Nadie la puede ver de frente, por fortuna,
Cuando llega a buscarnos.
Es lo mismo que el sueño.
La muerte es superior a nuestras fuerzas.
¡Si no estuvieras Tú!...
¡Si Tú no nos cruzases el abismo en tus brazos…!

¡Pero es inútil todo; tengo miedo!
¡Tengo el miedo del perro junto al hombre,
porque nunca le entiende!
Miedo de no saber,
miedo al país de donde nadie ha vuelto…
¡Tengo miedo a ese pozo de vacío,
a esa noche sin fondo, aunque esté Dios atrás!
Con el instinto oscuro
del animal, del árbol, de la piedra,
tengo miedo a la muerte…
Oh Señor, anestésiame la muerte
como a tantos les haces con la vida.

… ¡Oh, ser sólo una vez, y sin remedio!

DOS DESEOS DE SER PIEL ROJA (Kafka y Panero)

DESEO DE SER PIEL ROJA (Franz Kafka)



Si uno pudiera ser un piel roja siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta riendas, y apenas viera ante sí que el campo era una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo.

F. Kafka, El deseo de ser piel roja, en Contemplación, 1913

DESEO DE SER PIEL ROJA (Leopoldo María Panero)



La llanura infinita y el cielo su reflejo.
Deseo de ser piel roja.
A las ciudades sin aire llega a veces sin ruido
el relincho de un onagro o el trotar de un bisonte.
Deseo de ser piel roja.
Sitting Bull ha muerto: no hay tambores
que anuncien su llegada a las Grandes Praderas.
Deseo de ser piel roja.
El caballo de hierro cruza ahora sin miedo
desiertos abrasados de silencio.
Deseo de ser piel roja.
Sitting Bull ha muerto y no hay tambores
para hacerlo volver desde el reino de las sombras.
Deseo de ser piel roja.
Cruzó un último jinete la infinita
llanura, dejó tras de sí vana
polvareda, que luego se deshizo en el viento.
Deseo de ser piel roja.
En la Reservación no anida
serpiente de cascabel, sino abandono.
DESEO DE SER PIEL ROJA.
(Sitting Bull ha muerto, los tambores
lo gritan sin esperar respuesta.)
Leopoldo María Panero
Tarzán traicionado (1967)

viernes, 13 de agosto de 2010

Pensamiento del día

Tengo una mente muy fértil. Y ya sabemos con lo que se vuelve fértil un campo yermo. Aún así, el estiércol es más bello que los diamantes. De los diamantes no sale nada. Del estiércol salen las flores.

martes, 10 de agosto de 2010

El Instante (Jorge Luis Borges)

Dónde estarán los siglos, dónde el sueño
de espadas que los tártaros soñaron,
dónde los fuertes muros que allanaron,
dónde el Árbol de Adán y el otro Leño?
El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del reloj. El año
no es menos vano que la vana historia.
Entre el alba y la noche hay un abismo
de agonías, de luces, de cuidados;
el rostro que se mira en los gastados
espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.

martes, 3 de agosto de 2010

Soneto 122 (William Shakespeare)

Soneto 122



Tu obsequio, tu cuaderno está en mi pensamiento,


escrito con memoria, fiel e imperecedera,


que queda por encima de las hojas en blanco,


más allá de una fecha, hasta la eternidad.



O por lo menos tanto cual mente y corazón, 5

tengan por propio instinto, facultad de vivir,


hasta que el propio olvido, no ceda en cada cosa,


parte de tu persona, tu recuerdo es eterno.



Aquellas pobres notas, ni contienen, ni quiero,


que lleven el registro donde mi amor se suma; 10

por esto me he atrevido a donar tu cuaderno,


confiado al hacerlo en mejor recibirte.



Guardar alguna cosa que pueda recordarte,


es admitir que puede, vivir en mí el olvido.





Sonnet 122



Thy gift, thy tables, are within my brain


Full character'd with lasting memory,


Which shall above that idle rank remain


Beyond all date even to eternity.



Or at the least, so long as brain and heart 5

Have faculty by nature to subsist,


Till each to ras'd oblivion yield his part


Of thee, thy record never can be miss'd:



That poor retention could not so much hold,


Nor need I tallies thy dear love to score, 10

Therefore to give them from me was I bold,


To trust those tables that receive thee more.



To keep an adjunct to remember thee,


Were to import forgetfulness in me.