viernes, 26 de noviembre de 2010

Me basta así (Ángel González)

Si yo fuera Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.


Ángel González, Palabra sobre palabra, Seix Barral, 1986

Mis hijos me traen flores de plástico

Os enseñé muy pocas cosas.
(Se hacen proyectos..., se imagina..., se sueña...
La realidad es diferente.) Pocas cosas
os enseñé: a adorar el mar;
a sentir la alegría de ver vivir a un animal minúsculo;
a interpretar las palabras del viento;
a conocer los árboles no por sus frutos:
por sus hojas y por su rumor;
a respetar a los que dejan su soledad en unos versos, unos colores, unas notas
o tantas otras formas de locura admirable;
a los que se equivocan con el alma.
Os enseñé también a odiar
a la crueldad, a la avaricia,
a lo que es falso y feo, a la flores de plástico.

Febrero llueve sobre el cementerio.
Es una tarde de domingo. Gris
es todo. Hemos venido a enterrar a una criatura
tierna y absurda. Un ser que tal vez soñaría
con la inmortalidad. Trazaba rayas
sobre una plancha de metal, la mordía con ácidos...
Así evocaba a sus demonios, daba fe de su vida,
escribía sus sueños... (Humildemente
dejó pasar sus días. Sin fuego transcurrieron.)
Un pobre ser que ya descansa.

No dejó un hueco irremplazable
en el mundo. Quebró su muerte la perfección universal.
Muy pocos lo advirtieron. Recordarán algunos
de tarde en tarde, y sin dolor, que ya no existe.
Los menos que la lloran la olvidarán también.
Al fin quedó enterrada su carne. Ha vuelto a deshacerse.
Correrá con el agua subterránea que la acompaña,
se deshará con gozo inútil en las cosas
sin dar siquiera un poco de carmín de aroma o balanceo a alguna flor de estío,
una flor verdadera, no de plástico, fea,
como aquellas que odiábamos, hijos míos.

Aquí me dejan bajo tierra. Es una tarde de febrero.
Todo es negro cuando se van. Y mudo. Se ha extinguido
esa música gris que antes sonaba.
También el tiempo se ha borrado, y su sufrimiento,
de mi cuerpo. Ya el sufrimiento y el tiempo
van deshaciendo poco a poco lo que fue,
y tuvo fe y desánimo, fantasía y amor.
¡Qué pequeño es ahora, a esta distancia
absoluta, el afán diario! ¡Qué pequeño lo grande.
lo grande aquello! ¡Qué pequeñas las iras
ante los hombres y sus actos!
¡Qué pequeños los hombres, y que necio
aquel errar buscando la verdad!
Como si hubiese una verdad tan sólo.
Como si una verdad fuera bastante
para darnos la vida.

Tarde se aprende lo sencillo.
Lo sabréis cuando un río de espanto se desboque
y arrastre vuestra luz, y la sepulte sin remedio.
Pensé algún día que quien vive sólo un instante, nunca
puede morir. Quizá quise decir que sólo aquel que
muere un instante sabe lo nada que es vivir.
Mas nadie ha muerto nunca sino definitivamente.
Y entonces las palabras no tienen labios que las formen.

Tarde se aprende lo sencillo.
Tarde se encuentra la hermosura. No aquella de los ojos
mortales, la del mundo. No puedo hacer que lo entendáis.
Necesario sería que ahora estuvieseis aquí abajo
y que viéseis a vuestros hijos llegar entre las tumbas,
bajo la lluvia, y dejar su perfume y su presencia
en las tibias, alegres, inmortales
-más hermosas en vuestras manos que las del bosque-
flores de plástico.

Libro de las Alucinaciones, José Hierro (1964)

Voto de Obediencia

soy un malnacido.
tantas noches que pasé en vela
y que no cogi la pluma
para enviaros,
mis buenos amigos
un simple recuerdo.
un halago,
una cortesía.
soy un ser atroz
tantas veces os he deseado mal
sin haber tenido vosotros
razón para merecerla
o, habiéndola tenido
sin haber proporción
entre el castigo y la causa.
soy un inmoral.
tantas veces he yacido en mi mente
con vuestras mujeres,
con vuestras hijas,
con vosotras,
todas,
todas juntas
un mar infernal de manos y piernas
de pasión desenfrenada,
de carne, de lujuria, de ardor, de ahínco.
y sin embargo
tantas veces me he acordado de vosotros
para bien
tantas veces os he tenido en mi pensamiento
en la mitad de la noche
cuando las salamandras de oro
que traquetean por mi pecho
no me dan respiro
y no sé porqué
tengo la sensación
de que,
al menos,
en alguna parte,
en algún pequeño rincón del mundo,
alguno de vosotros piensa en mí.